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3 de octubre de 2009

¡ANÉCDOTA!


¡ANÉCDOTA!

Hace algunos años fui comisionado por el Estado Venezolano para coordinar un censo agropecuario en una inhóspita región de mi país. La actividad tenía un lapso de tres meses para realizarse, durante ese tiempo se presentó La Semana Santa y aprovechando los días de asueto, se me ocurrió invitar a parte del personal que trabajaban conmigo para salir de cacería en las intrincada selva, actividad que para ser honesto ninguno conocíamos puesto que todos éramos de la ciudad.

Llegamos hasta una factoría donde funcionaba una receptoría de madera y solicitamos se nos facilitara una persona que conociera la zona para que nos sirviera de guía. Avanzamos con nuestros vehículos hasta el lugar donde les fue permitido y continuamos caminando por la selva.

Claro todos estábamos armados, puesto que la región era extremadamente peligrosa, era habitada por aborígenes muy salvajes. Es más durante el tiempo que duró nuestra actividad en la zona fuimos flechados en tres oportunidades y además era también muy frecuente la presencia de salteadores y contrabandistas.

Lo agreste de la zona, el calor intenso y lo irregular del terreno nos hizo consumir la poca agua que llevábamos, de pronto apareció en uno de los grandes árboles un ave grande como del tamaño de un pavo y uno de los hombres le disparó, vimos caer el animal y avanzamos a recogerlo, pero no conseguimos nada. El mismo procedimiento se repitió por cuatro veces, aparecía, disparaban y nada en el lugar, hasta que no apareció más.

Lo que si nos dimos cuenta fue que avanzamos sin control y quedamos completamente desorientados, sobre todo el guía que era el supuesto “baquiano”. Puesto que no hubo previsión, contando con la presencia de ríos o arroyos, la fatiga y el cansancio se hicieron presentes y la necesidad de agua se nos hacía más perentoria, hasta que el primero que perdió el conocimiento fue el guía y comenzamos a turnarnos para trasladarlo y lo peor sin saber hacia donde.

Aproximadamente a las seis de la tarde escuchamos un tropel, como de animales que se asustaron y corrían; seguimos con cautela hasta el lugar donde se originó la estampida y encontramos un lodazal, un barro espeso donde se había revolcado una manada de cochinos salvajes. Se trataba de una hondonada natural donde se acumulaba agua de las lluvias. Verlo y caminar hacia ese hermoso oasis fue algo automático. Chupamos aquel barro con desesperación, parecía que estábamos saboreando el mejor refresco, la mejor cerveza o la mejor agua de manantial.

Pero lo significativo de esta pequeña historia es que luego de descansar un rato continuamos la marcha por el lado opuesto de donde habíamos llegado. Sorpresa, cuando salimos a la cima, allí estaban los tres vehículos que conducíamos, precisamente al borde del pozo.

¡Aún me pregunto: ¿Fue casualidad o castigo de Dios por profanar su semana?

Luís Varela Luzardo

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