Es la adulación, admiración o adoración excesiva de un caudillo vivo, especialmente cuando se trata de un gobernante. En las dictaduras es a menudo una forma de culto a la persona del dictador. El Culto a la personalidad de los caudillos ha sido uno de los peores vicios políticos entre los tantos que han enturbiado las aguas de los regímenes comunistas.
Un ejemplo de dictadura comunista es Fidel Castro; ha imperado en un país occidental, con un poco de respeto al derecho a la vida, que le ha impedido ejecutar las macabras carnicerías al estilo de Stalin y Mao Tse Tung, sin embargo muchos de sus correligionarios como los generales Arnaldo Ochoa y José Abrantes; el ex presidente Osvaldo Dorticós; los jefes de sus espías y saboteadores internacionales Tony de la Guardia, Manuel Piñeiro Losada y René Ramírez Cruz; los dirigentes comunistas Aníbal Escalante y Eurípides Núñez; sus ex ministros Humberto Sorí Marín y Alberto Mora y miles más, han sido exterminados en los paredones de fusilamiento, suicidados o eliminados con apoplejías provocadas.
Otros fueron torturados en el presidio político, todo en aras de un férreo culto a la personalidad encaminado a convertir a Castro en un semi dios, infalible, intangible y mas allá del común de todos los mortales.
A pesar de las eternas notas de soberbia culterana de su personalidad, que con apego supremo han acompañado a Fidel Castro en sus andares públicos, todo indica que a la opinión pública aun le aguarda presenciar algunos registros de adulancia rastrera, que parecen conducir al paroxismo del ridículo. Lo más aberrante es que entre esos ridículos que le adulan, se encuentran una gran cantidad de ramplones jefes de estado que se arrastran a sus pies como vulgares reptiles.
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